Es una película bellísima y es el filme más reciente de Hirokazu Koreeda (creador también de las películas de Tal padre tal hijo y Muñeca Inflable), en ella a pesar de que se interponen una serie de obstáculos para que las protagonistas consigan sus deseos, la historia es tan diáfana como la caída de las flores de los cerezos: dulcemente. Así que esta película es un homenaje a la belleza de todas las cosas naturales: las flores, los árboles, el agua, la lluvia, y porqué no, las sonrisas que brotan de la alegría.
Los críticos dicen que la película no alcanza el punto de dramatización deseada, pero no hay que olvidar que la cultura japonesa no se da mucho al drama. Más bien todas las películas de la cultura nipona obedecen más a actitudes introspectivas. Del tal manera si pensamos en Kitano o Kirosawa como realizadores, o en Mishima, Kawabata, Murakami y Yoshimoto como escritores, todos parecen colmados de esa imagen típica del Japón: un bonsái. Toda la belleza contenida en un árbol minúsculo. La poesía tanto de la palabra como de las imágenes.